miércoles, 11 de marzo de 2020

Juego de Cromos (11): La democracia interna en los partidos políticos

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JDC (11): La democracia interna en los partidos

Hoy hablaremos de un tema del que se ha escrito mucho ¿existe democracia interna en los partidos políticos? En breve tendremos los congresos de dos de los partidos políticos más novedosos del sistema político español, Podemos y Ciudadanos. Es por ello que he elegido el tema de hoy. Podríamos dar ya la respuesta, pero como siempre, analizaremos con carácter previo algunos aspectos. 
Queramos o no, los partidos políticos son las instituciones centrales de cualquier democracia. Porque, si existe democracia existen partidos políticos. Se trata de una institución necesaria. La democracia hace que los ciudadanos se agrupen en torno a una ideología o a una manera similar de entender la vida. 
Para este análisis me he ayudado en un libro que descubrí recientemente de José Antonio Gómez Yáñez y Joan Navarro: “Desprivatizar los partidos políticos”. Ambos desarrollan en él la democracia interna de los partidos como pieza clave de la salud de un sistema democrático, porque es en los partidos políticos donde se toman las decisiones y se eligen a nuestros líderes políticos. 
Para profundizar en este análisis hemos de partir de una realidad: “la política está en crisis en las democracias”. Gómez y Navarro defienden una tesis, el funcionamiento de los partidos políticos es una de las causas de esta crisis. 
La Constitución española en su artículo 6 que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos. Como veremos, esto dista mucho de la realidad. También la Constitución española en su artículo 67.3 prohíbe el mandato imperativo a nuestros representantes. La realidad vuelve de nuevo a mostrarnos que esto tampoco es cierto. Como hemos visto en anteriores programas la pugna política, la selección de los dirigentes y la elaboración de las decisiones políticas se toman en el interior de los partidos políticos, siendo las instituciones unos meros escenarios donde se representan y se toman formalmente las decisiones. Ni la Constitución y la Ley Orgánica de Partidos se atreven a regular la democracia interna, lo que en la práctica deja manga ancha a sus direcciones a la hora de reclutar a nuestros representantes políticos. 
La teoría explica que los dirigentes de los partidos políticos no suelen perder el poder por la oposición parlamentaria, sino por la presión interna en sus partidos. Recientemente hemos visto un claro ejemplo de esto en Reino Unido. La mayoría de las veces la presión interna viene tras una derrota electoral. Sin embargo, en España hemos vivido un caso atípico con el Partido Popular y el PSOE. A pesar de perderse las elecciones de 2004, 2008 y 2011 los dirigentes de los partidos perdedores siguieron en sus puestos. Quizás esta situación, junto con la crisis económica, expliquen en gran parte por qué el votante se alejó de estos partidos y buscó opciones más “frescas”. 
Además, la evolución de los distintos partidos políticos ha provocado la disolución de las ideologías y su progresiva sustitución por programas genéricos que pretenden atraer a un número importante de votantes. También, poco a poco, sus afiliados y simpatizantes han perdido todo protagonismo político, lo que ha provocado una reducción significativa en España de afiliación a partidos políticos. En Podemos tenemos un claro ejemplo de esta evolución, además en un corto período de tiempo. 
Todos estos aspectos han llevado a que lo que realmente se considera importante es la competición electoral. En la práctica estamos en una campaña electoral permanente. Lo que realmente importa son las costosas campañas electorales, una intensa comunicación permanente y el uso de la televisión para la consolidación de liderazgos. Es, por ejemplo, muy llamativo que los líderes que se presentaron a las últimas elecciones de los cuatro partidos políticos más importantes comenzaron sus carreras como tertulianos políticos. 
Pero ¿cómo eligen los partidos políticos a sus dirigentes? 
El PP elige a su presidente mediante el voto de los delegados al Congreso. En su último Congreso hubo un sistema mixto, donde en primera votación se celebran unas elecciones primarias, para luego producirse una segunda votación siguiendo el sistema tradicional del voto por delegado. 
El PSOE hasta el año 2000 elegía a una Comisión Ejecutiva Federal por el voto de los delegados al Congreso. Desde el año 2000 hasta el año 2014 el PSOE adoptó el sistema de elección del PP. Y desde el año 2014 la elección del Secretario General se produce por votación directa de sus militantes. Ciudadanos también elige a su presidente por votación directa de sus militantes. 
Podemos, desde su fundación hasta este último Congreso el Secretario General es elegidos por los inscritos (afiliados y simpatizantes). Parece que Pablo Iglesias quiere cambiar este sistema para copiar el que realiza el PSOE. 
En la historia reciente de España ha habido otros sistemas de elección de su líder. En IU el líder resultaba elegido mediante votación de los miembros del comité federal, que eran elegidos mediante votación directa de sus militantes. 
El resultado de todos estos sistemas es la concentración del poder en una sola persona. Pues es el ganador de estas elecciones quien elige a sus directivas y quien posteriormente (salvando algunos formalismos en cada partido político) quienes eligen a sus representantes (exceptuando en algún aspecto a Podemos). Hay que recordar que nuestro sistema se basa en la elección de nuestros representantes mediante listas cerradas y bloqueadas. 
Otro día podemos analizar el sistema electoral español. Pero yo creo que, lo que nos interesa hoy, todos somos conscientes de sus resultados. Los ciudadanos elegimos a un partido político, pero es el partido político quien elige a nuestros representantes; y estamos hablando entre 80.000 y 100.00 puestos al servicio de la política. 
Navarro se pregunta en el libro si los partidos han muerto. Los partidos políticos son plenamente conscientes de su pérdida de legitimidad. Esta pérdida de legitimidad es todavía más visible tras el movimiento del 15-M. La profunda transformación de nuestro sistema de partidos que le siguió ha sido el cambio más significativo desde la aprobación de la Constitución. Pero, los partidos políticos lejos de morir evolucionan y se adaptan, lo que no significa que sea a mejor. 
Tras el 15-M todos los partidos políticos han incorporado cambios en su funcionamiento interno buscando una proximidad perdida con sus afiliados y un reencuentro con sus votantes. Uno de esos cambios es precisamente la incorporación de elecciones internas para la elección de sus líderes orgánicos y, en algunos casos, también para la elección de los candidatos a alcaldías o presidencias, mediante elecciones primarias. 
Aunque esto es cierto, realmente la primera experiencia de elecciones primarias en España se produjo antes del 15-M, en el año 1998, en el PSOE. Joaquín Almunia fue elegido Secretario General en 1996 tras la dimisión de Felipe González en un congreso donde son muchos los que opinan que la cúpula anterior no dejó que se presentara ninguna alternativa. Almunia, para reforzar su legitimidad, convocó elecciones primarias para el candidato a la presidencia del Gobierno. Y las ganó el candidato que se presentaba contra el aparato, Josep Borrell. La bicefalia que provocó duró tan sólo dos años y Borrell dimitió fruto de las tensiones con el aparato del partido. 
Ahora, los partidos políticos tienen una apariencia democrática. Pero todos adolecen de una verdadera democracia interna. A los partidos políticos en España sólo los regulan sus propios estatutos. Todos siguen una ley muy conocida en política, denominada la oligarquía de hierro, o como decía muy visualmente Alfonso Guerra: “el que se mueva no sale en la foto”. Por el bien de la democracia yo creo que ya es hora de que nuestros legisladores se planteen regular de una vez por todas este aspecto, tan necesario para que los ciudadanos y ciudadanas podamos volver a confiar en estas instituciones tan necesarias para nuestra democracia. Pero será complicado porque la regulación precisamente está en sus manos. 
Los maquillajes tarde o temprano terminan por cuartearse y verse. Toca, de verdad, democratizar la organización y el funcionamiento interno de los partidos políticos por Ley Orgánica. Esta Ley debería, además, de dotar de una mayor capacidad de participación a sus afiliados y simpatizantes. Hay que acabar con las listas cerradas y bloqueadas seleccionadas por los dirigentes y que sean los afiliados y simpatizantes quienes, con su voto, manifiesten sus preferencias. De esta manera los cargos dejarían de rendir culto a su líder para buscar los favores de sus votantes. 
Si realmente queremos que de nuevo los partidos políticos tengan la legitimidad que se merecen, sus cúpulas deberían de darse cuenta de estas cosas. Desde el 15-M ha habido algunos buenos avances, sobre todo en transparencia. Pero sigue siendo un hándicap la democratización interna de los partidos políticos. 
Hablaba antes de maquillajes cuarteados. De esto hemos tenido claros ejemplos incluso en los nuevos partidos. Tanto Ciudadanos como Podemos han tenido denuncias de afiliados sobre auténticos pucherazos. Y en el PSOE, el primer Secretario General elegido directamente por los afiliados, fue obligado a dimitir en un Comité Federal, lo que provocó una de las mayores crisis del PSOE en democracia, que al final fue solventada nuevamente mediante la elección directa como Secretario General al mismo que el aparato del Partido se cargó. En el PP fue elegido Pablo Casado sobre quien más votos había obtenido de los militantes, Soraya Sáenz de Santamaría. 
Este fin de semana han elegido a sus dirigentes Ciudadanos y Vox, con sistemas diferentes. 
Termino haciendo desde aquí un llamamiento a la cordura. Si realmente queremos una democracia transparente y en la que exista una alta participación de la ciudadanía, la única salida posible es una verdadera democratización interna de todos los partidos políticos. 

lunes, 9 de marzo de 2020

Juego de Cromos (10): La crispación en la política.

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JDC 10: La crispación en la política

Hoy hablaremos de un tema que, según las encuestas del CIS, preocupa al 91 por ciento de los españoles: la crispación en la política. Un asunto que, por desgracia, hace tiempo que se considera ya algo habitual en las cámaras de representación, en las ruedas de prensa o en los artículos de opinión de determinados medios de comunicación. La crispación parece que llegó para quedarse. Pero ¿hasta dónde hemos de remontarnos? ¿cuándo empezó la crispación? 
Como es habitual en la política española, la estrategia de la crispación partió de las cúpulas nacionales de los principales partidos políticos y poco a poco fue bajando escalones hasta alcanzar la totalidad de la estructura territorial, saltando además del ámbito de la política al resto (judicial o social, por ejemplo). 
Decía en 2007 Joaquín Estefanía que “La existencia de una estrategia de la crispación es un fenómeno anómalo en las democracias maduras. No la tendencia al conflicto, que está inscrita en el sistema ya que existen grupos, con y sin poder, que persiguen objetivos diversos. Pero para obtener este poder no vale todo y, sobre todo, no vale la deslegitimación permanente y sistemática del adversario. Entendemos por estrategia de la crispación un desacuerdo permanente y sistemático sobre algunas iniciativas del antagonista político, presentadas desde la otra parte como un signo de cambio espurio de las reglas del juego y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia o al consenso democrático. No puedo estar más de acuerdo con sus palabras. 
Pero ¿Por qué se pone en marcha deliberadamente una estrategia de la crispación? Hay analistas que la identifican directamente con la cercanía de procesos electorales. Sin duda ello es una condición necesaria, pero no la explica del todo: hay muchos momentos en la historia de las democracias en los que se celebran elecciones sin una crispación añadida. Por tanto, hay que añadir otros elementos al análisis. Por lo menos, dos, estrechamente vinculados entre sí: el grado de legitimidad que la oposición reconoce al Gobierno y viceversa; y el elemento instrumental. 
En 1996, Felipe González aceptó rápidamente su derrota, y en 2000 Joaquín Almunia asumió la responsabilidad de la suya anunciando esa misma noche su dimisión irrevocable. Por contraste, bajo el liderazgo de Aznar, el PP disputó en 1989 la mayoría absoluta del PSOE impugnando los resultados en varias circunscripciones y la regularidad del recuento porque los resultados del escrutinio desmentían los pronósticos de las encuestas y, por la misma razón, en 2004 discutió el triunfo de sus adversarios atribuyéndolo a sus supuestas maniobras para capitalizar el impacto del atentado del 11-M. Para mí, éste es el punto de partida de la actual crispación política. 
El reformismo de José Luis Rodríguez Zapatero alteró determinados status quo sociológicos (no los consensos básicos de la sociedad). Recordemos algunos: salida de tropas de Irak, investigación con células madre, matrimonio entre personas del mismo sexo, el divorcio express, la Ley de Dependencia, la Ley de Igualdad…  
Frente a los planteamientos radicales del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, el PP planteó como estrategia una legislatura en continua crispación (en primer lugar deslegitimando los resultados de las urnas). Pero el PSOE tampoco fue una “hermanita de la caridad” y aprovechó la mala gestión del gobierno popular tras los atentados del 11-M. 
La estrategia de la crispación parte de una hipótesis: aumentando el voltaje es posible desmovilizar a los votantes contrarios y ganar así las elecciones. Tanto en 2004 como en 2018 el PP no pensaba que iba a pasar a la oposición y reacciona con una oposición agresiva y virulenta. 
La táctica no le funcionó entonces al PP y Zapatero repitió como Presidente. Y es que este método tiene un peligro: el hartazgo. Quien está en la oposición debe señalar aquellas cosas que hace mal el Gobierno. Pero si dices que el Gobierno lo hace mal todo, hay un momento en que tu propia credibilidad se erosiona y la gente ya lo descuenta. Esto es lo que pasó en 2004 y esto volverá a pasar cuanto más se alejen las próximas elecciones. 
Ahora, la crispación es más acentuada en 2004 por el fin del bipartidismo. Hay más competición en el seno de la derecha, y eso genera unas dinámicas de polarización política más intensas o más graves que con Zapatero. El politólogo Pablo Simón habla de una doble paradoja: la mayor concentración del voto de izquierdas en el PSOE y la menor capitalización para el PP. 
Entonces ¿Por qué insistir con esta estrategia? Quizás insistan porque los partidos políticos andan muy desorientados frente a un escenario que no habían previsto y no son capaces ahora de variar la estrategia. 
¿Cuál ha sido el proceso que nos ha llevado hasta aquí? Traigo aquí un análisis que ha realizado el también politólogo Rafael Simancas. 
Poco a poco “las ideas se han ido sustituyendo por las identidades. Las ideas son compatibles, complementarias, maleables, perfeccionables, modificables. Las identidades no. Las identidades son exclusivas y excluyentes. Una idea se mejora con otra idea. Una identidad se afirma contra otra identidad. Ejemplo, la cuestión catalana. 
La argumentación se sustituye por la propaganda, y los documentos o las exposiciones por los tuits o los pantallazos de Instagram. Tenemos acceso al mayor caudal de comunicación de la historia, pero cada cual solo habla a su parroquia y solo escucha a su parroquia. Y en cada parroquia se abomina de todos los que no son de la parroquia. 
El debate se sustituye por la diatriba, porque el primero requiere conocer y entender al otro para responderle, mientras que la segunda tan solo exige voluntad. Y ya no se rebate la perspectiva del otro, sino a la persona del otro. La política consiste hoy en negar al otro el derecho a ser escuchado. 
Los frentes sustituyen a las posiciones. Las posiciones son relativas, cambiantes, intercambiables en función de los hechos y del aprendizaje. Los frentes son férreos, concebidos para la confrontación. El que sabe adaptar su posición es un actor flexible e inteligente. El que se sale del frente es un traidor. 
En las instituciones políticas no hay compañeros de distintas filiaciones. Ni tan siquiera existen ya los adversarios políticos que confrontan ideas y posiciones. Ahora hay enemigos. Con el adversario, el diálogo es obligado y el entendimiento es aconsejable. Con el enemigo no vale ni el diálogo ni el entendimiento. O muere él o mueres tú. 
Como dijera Unamuno en otro contexto histórico, ya no se trata de convencer, sino de vencer. No se persigue compartir ideas o posiciones con el de enfrente. Ni siquiera se procura ya que el de enfrente asuma tus ideas o posiciones. Se trata de hundir al otro, de borrarlo del mapa político. 
No vamos pues hacia sociedades integradas sino hacia sociedades crispadas y fracturadas, y no nos conducimos por la senda de la mejora de la calidad democrática en nuestras instituciones y en nuestros comportamientos. Cada día damos pasos hacia atrás. 
No es la primera vez que este escenario se produce en el seno de las democracias occidentales. Durante los años treinta del siglo pasado vivimos episodios semejantes. ¿Y qué nos dice la historia sobre lo que viene después? 
Vienen los salvadores y taumaturgos, promoviendo la anti-política, el desmantelamiento de las aburridas instituciones democráticas, el fin de los partidos que solo piensan en ellos mismos, el cuestionamiento de los medios de comunicación que forman parte del sistema, la eliminación de intermediarios y contrapesos estériles, tantos Parlamentos, tantas televisiones públicas… 
Y, en la política local, más concretamente en Leganés ¿desde cuándo esta crispación? 
Aquí todo empezó durante el último mandato de José Luis Pérez Ráez. En aquel momento la portavoz del PP era Guadalupe Bragado, la que luego fue la primera alcaldesa en Leganés. Guadalupe elevó hasta tal grado la crispación que simuló incluso una agresión del alcalde a ella en el Pleno (todavía Youtube no estaba muy de moda y para la simulación utilizaron fotografía). O durante la campaña electoral, en la que Guadalupe Bragado trató de que su adversario, Rafael Gómez Montoya, se le etiquetara como machista tergiversando unas declaraciones suyas. 
Durante el mandato 2007 la crispación fue aumentada. El PP ganó las elecciones y, ante un primer desacuerdo entre PSOE e IU (que sumaban mayoría absoluta) fue elegida Guadalupe Bragado alcaldesa y, 21 días después se produjo la moción de censura. El PP sustituyó a Guadalupe Bragado por Jesús Gómez como portavoz y la crispación fue en aumento. Su objetivo estratégico desde el principio fue deslegitimar al gobierno municipal y desgastarlo mediante supuestos casos de corrupción o de corruptelas. Además aparecieron dos nuevos actores: uno político (ULEG y Carlos Delgado) y un medio de comunicación (DLeganés) que magnificaron aún más la estrategia de crispación. En este mandato, además, comenzaron a atisbarse los primeros ataques personales al alcalde (táctica que en el siguiente mandato se utilizó mucho más). Las redes sociales comenzaban a adquirir una gran importancia y a Rafael Gómez Montoya se le trataba de ridiculizar además de menoscabar su imagen con falacias sobre su vida personal. Incluso utilizaron su apellido para llamarle “gitano”. 
Para mí el clímax de la crispación llegó durante el mandato de Jesús Gómez Ruiz. En la oposición había tres partidos políticos, pero con dos estrategias diferentes: mientras que PSOE e IU la estrategia que optaron para desgastar al PP fue la crispación social. Muy favorecida por las políticas de recortes de los gobiernos nacional y regional. ULEG magnificó la estrategia de ataques personales. Yo he sido testigo de cómo a un concejal del se le llamaba “putero”, o “borracho”, o cómo a una asesora del PP se le llamaba “adúltera” en las redes sociales. También es cierto que, a diferencia de Rafael Gómez Montoya, Jesús Gómez entraba a todos los trapos y no les ponía límites. Los plenos comenzaron a ser auténticos campos de batalla donde los protagonistas no éramos los que hablábamos de política, sino los que insultaban y ofendían (ULEG y PP). 
Durante el primer mandato de Santiago Llorente tan sólo se quedó un partido político con la estrategia de la crispación ULEG. El PP, tras valorar sus malos resultados (pasó de 12 a 6 concejales) viró hacia una estrategia más acorde en una democracia madura, la denominaron oposición responsable, alternando la denuncia con apoyos puntuales a determinadas acciones del gobierno ¿Por qué continuó ULEG con la crispación? Si analizamos sus resultados electorales, a diferencia de lo que ocurrió con Aznar o Rajoy, la crispación y el fin del bipartidismo les estaba dando resultados, entonces ¿para qué cambiar? La primera fase de la crispación le hizo subir de 1 a 4 concejales y, en una segunda fase, de 4 a 6 en un pleno muy fragmentado y con nuevos actores políticos (Ciudadanos y Leganemos). Nuevamente ULEG volvió a repetir ataques personales tanto al alcalde como a los concejales del gobierno. Además, volvió de nuevo no sólo a atacar a los concejales sino, como ocurrió también durante el mandato de Rafael Gómez Montoya, a amigos y familiares de los concejales. 
Llegamos al actual mandato. Es la primera vez que ULEG desciende en votos y concejales, pasando de 6 a 4. Como dije en un primer momento “Quien está en la oposición debe señalar aquellas cosas que hace mal el Gobierno. Pero si dices que el Gobierno lo hace mal todo, hay un momento en que tu propia credibilidad se erosiona y la gente ya lo descuenta”. Esto es lo que le ha ocurrido a ULEG en el mandato anterior. Pero no parece que haya decidido cambiar de estrategia. Es cierto que la estrategia de oposición responsable tampoco le ha dado frutos al PP, quizás porque para los partidos de ámbito nacional hay que tener en cuenta también factores regionales o nacionales. 
Recuerdo de nuevo las palabras de Pablo Simón, la estrategia de crispación entre los partidos de derecha provoca una mayor concentración del voto de izquierdas en el PSOE y la menor capitalización para el PP. Recuenco en Leganés trata de emular a Pablo Casado y es muy probable que aquí también ocurra esto. 
Entonces ¿cuál es la estrategia acertada estando en la oposición? No hay una única solución. Quizás una alternancia de todos los modelos que hemos vistos. A veces hay que hacer una oposición responsable, a veces hay que movilizar contra los gobiernos a la sociedad y, a veces, hay que utilizar una crispación medida y limitada a la acción de gobierno (nunca asuntos personales). La combinación de las tres podría dar lugar a una victoria electoral. En política, quien maneje bien los tiempos y los momentos es quien se lleva el gato al agua. Pedro Sánchez es un claro ejemplo de esta última afirmación.